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Sobremesas con Maradona

Encuentros cercanos del tercer tipo era el nombre de una película sobre extraterrestres dirigida por Steven Spielberg, allá por la década del 70. Ver en persona a Diego Maradona, poder compartir con él la sobremesa no sólo en uno sino en dos eventos, con apenas seis meses de diferencia entre mediados y fines de 2016, fue lo más cerca que estuve de tener contacto con alguien de otro planeta. El aura que rodea su figura y el carisma que transpira es tan alucinante que pocas veces sentí esa sensación de estar hipnotizado o abducido por alguien. Los entrenadores de fútbol suelen decir que la pelota es un imán para los jugadores. Diego, mi ídolo de toda la vida, el que me hizo llorar de alegría y también de tristeza, me llevó casi a no pestañear con tal de no perderme ni un solo gesto suyo. En ambas reuniones, organizadas casualmente por gente en común, esperé estratégicamente que se desocupara una silla cerca de la suya para sentarme y poder compartir una charla que quedará grabada siempre en mi memoria. La conversación recorrió distintos temas. De su pasión por los autos y cómo compró su Ferrari F40 a la historia de su intervención para reforzar al plantel del Napoli. De las lágrimas de emoción al recordar a doña Tota y a don Diego al brillo en sus ojos al mencionar a su nieto Benjamín. De explicar con lujo de detalles la jugada del gol de Cani a Brasil en Italia 90 a la desopilante anécdota de sus vacaciones en Brasil camuflado para que no lo reconocieran. A la foto que acompaña este texto me cuesta sacarle los ojos de encima cada vez que la miro. Como si fuera un imán o estuviera viendo a un extraterrestre. En el abrazo de despedida que le di me faltó decirle una frase que una vez leí y tomé como propia. Que no lo quiero por lo que él hizo con su vida sino por lo que hizo con la mía.

La mejor peor nota de mi vida

Año 1993. Mientras transitaba el colegio secundario, con mis 16 años, ya tenía decidido hacía rato que iba a seguir la carrera de periodismo. Como no quería perder tiempo, mi ansiedad me llevó, junto a mi amigo Claudio Melito, a meterme en una radio de barrio, una FM comunitaria, para jugar a ser periodistas. Tiempo de descuento fue el (poco) original nombre de nuestro programa deportivo, previa adaptación a la radio como columnistas. En plena etapa de conocimiento del mundo radial, llegó la invitación de Julio, amigo de mi papá. Él era el fotógrafo de varios programas de Telefé y me dijo un día: “El domingo que viene, en el programa Ritmo de la Noche de Tinelli, van a jugar un partido de fútbol 4 reeditando la final del Mundial 78 entre Argentina y Holanda, ¿querés venir?”. No tuve que pensar demasiado la respuesta. La invitación venía con un bonus track: “Y de paso podés hacerle una entrevista a alguno de los jugadores”. Esa semana, entre entusiasmado y ansioso, compré mi primer grabador de periodista junto a un cassette TDK, por supuesto. Llegó el domingo y con Julio encaramos hacia el canal. Ya en los estudios, aproveché la previa del amistoso para sacarme fotos con los jugadores argentinos de aquel Mundial, con los holandeses que llegaron invitados (Ruud Krol entre ellos) y hasta una exclusiva con la réplica de la Copa del Mundo. Una vez finalizado el partido, en el improvisado vestuario, encaré a Daniel Passarella. “¿Pueden ser tres o cuatro preguntas?”, le dije mientras me esforzaba para que no se me notaran los nervios. Era mi primer mini reportaje. El Kaiser, en ese entonces entrenador de River, contestó con mucha amabilidad pese a su imagen de tipo recio y distante. Objetivo cumplido. Feliz, al sábado siguiente pasé al aire la nota en el programa. Nota que aún conservo en ese viejo cassette TDK. De las peores entrevistas que hice, sin dudas, pero de las más emocionantes e inolvidables de mi vida.

Flaco, tomemos un café

Revista El Gráfico, década del 90. Como apasionado hincha de fútbol y del periodismo, El Gráfico formaba parte de mi vida. Durante mi adolescencia, esperaba el lunes a la noche que mi papá me dejara la plata para el martes al mediodía, cuando salía del colegio, pasar por el puesto de diarios. Era el día de la semana que más esperaba. Entre tantas ediciones que aún conservo en varios cajones de un modular, una de ellas contiene una entrevista que en aquel momento me llamó la atención por su título. “Flaco, tomemos un café”, decía. Así, a secas. No entendía por qué no había una cita textual de un extenso reportaje a César Luis Menotti. Años después, en 1998, empecé a entender el motivo. Ya como periodista y trabajando en la redacción del diario Olé, me designaron para comenzar a cubrir la actualidad del Club Atlético Independiente. Y Menotti era el entrenador. De a poco fui ganando su confianza, su respeto, y solíamos, con otros periodistas que cubríamos los entrenamientos, ir a tomar un café con él para charlar de fútbol. Con 20 años y poco camino recorrido en la profesión, sentía esas charlas como un verdadero curso avanzado del juego. Táctica, estrategia, política, cultura… Era capaz de quedarme horas escuchándolo. También me gustaba verlo entrenar. Me apoyaba en el alambrado de la cancha principal del predio de Villa Domínico o de la vieja Doble Visera y desde ahí escuchaba a la perfección su voz gruesa repartiendo indicaciones. Su figura imponente, flaco, alto, en cueros en pleno verano, era como la Biblia en el cuerpo de un entrenador. Un compendio de términos y conceptos donde afloraba su amor por el juego. Hasta puedo decir que aprendí la definición de varias palabras gracias a aquellas inolvidables charlas futboleras. La distancia lógica por los distintos caminos que van apareciendo en la vida no alejaron el afecto ni la admiración. En marzo del 2018, en un evento en un hotel de Puerto Madero, César presentó su escuela de entrenadores. Allí se sorprendió cuando le hice saber que no teníamos una sola foto juntos. Hubo flash, saludo de despedida y una frase que se repite cada vez que lo veo y que me hace acordar a aquel título de El Gráfico: “Flaco, a ver cuándo tomamos un café”.

Haciendo guardia por Caniggia

En enero de 1998 se desató una polémica en Boca: el plantel viajó en micro a Mar del Plata para realizar la pretemporada pero Claudio Caniggia no formó parte de la delegación. Según algunas versiones iniciales, el motivo habría sido su negativa a trasladarse en micro en lugar de hacerlo en avión. Hablando de aviones, ser pasante en Olé era, entre otras cosas, estar preparado para salir volando de la redacción en cualquier momento en busca de una noticia. Eso fue lo que ocurrió aquella tarde. Mariano Dayan, entonces editor de Boca Juniors y actual Director del diario, me dio un handy (sí, un handy como un walkie takie que tenía el tamaño y el peso de un ladrillo), unos pesos para el taxi y una misión: “Tenés que ir al hotel Sheraton de Retiro y hacer guardia ahí hasta que aparezca Caniggia. Cuando lo ves, lo encarás y le preguntás por qué no viajó a Mardel”. Listo. Media hora después ya estaba apostado en la puerta del hotel esperando a mi segundo jugador preferido en la historia de la Selección Argentina después de Diego Maradona, claro. Era, además, mi primera guardia periodística. Fueron casi seis horas de vigilia. En ese lapso ingresé al hotel, me hice pasar por un amigo de Cani ante el recepcionista y en un momento donde los de seguridad se relajaron, subí al primer piso, donde estaba el gimnasio del hotel. Allí hablé con el profe. Me contó que Cani había estado por la mañana ejercitándose y que le había contado que no viajó porque no quería hacerlo en micro. La versión inicial ya era casi una confirmación. Alrededor de las 9 de la noche llegó en un auto junto con Marianna Nannis y Gonzalo, su cuñado. Encaré la puerta giratoria del hotel y entré detrás suyo. “Claudio, disculpame, soy Vicente de Olé y queríamos saber en el diario por qué no viajaste”, le dije mientras me presentaba dándole la mano. Con un piano sonando de fondo, me propuso sentarnos en una mesa del lobby para explicarme lo sucedido. Cordial, muy amable, con la sencillez de un pibe de barrio, cero divismo, charlamos unos 15 minutos. Fue la primera de las tantas veces que tuve el enorme gusto de entrevistarlo o charlar con él a lo largo de todos estos años. Recuerdo que me despedí con un gracias y un feliz cumple. Sí, justo era el 9 de enero, día de su cumpleaños N°31. Al día siguiente, la nota en Olé se tituló: No voy en micro, voy en avión. Misión cumplida.

Neuer, el de la motito

Dos meses antes del inicio del Mundial de Rusia 2018 tuve la fortuna de poder viajar a Alemania, invitado por Adidas. El motivo era cubrir la presentación de la pelota oficial que se utilizaría en la final de la Copa del Mundo, visitar la casa central de Adidas en Herzogenaurach y asistir a la presentación oficial de la nueva camiseta del Bayern Munich. Dos horas después de arribar a Nuremberg, en un viaje larguísimo desde Buenos Aires que incluyó una escala en Amsterdam (donde el oficial de Migraciones me contó que era fan del Ajax y me preguntó si conocía a Tagliafico), los periodistas de distintas partes del mundo que habíamos sido invitados por la empresa deportiva emprendimos viaje en taxis y combis rumbo a Munich. Una vieja fábrica reciclada era el original escenario donde se mostraría en sociedad la flamante casaca del Bayern para la temporada 2018/19. El evento estaba previsto para las 18, hora local, y arribamos a las 17.45. Casi todo el plantel ya estaba dentro del lugar menos uno. Menos el Uno… Manuel Neuer arribó al instante a bordo de una moto Vespa. Sí, la clásica y pintoresca motoneta de origen y estilo italiano. Tuvo que sacarse el casco para que con Javier Lanza, colega argentino y también integrante de la expedición, lo pudiéramos reconocer. Era enome el contraste de esa Vespa con los autos lujosos en forma de naves espaciales de sus compañeros de equipo que estaban estacionados en la puerta. Como todavía quedaba algo de tiempo, nos acercamos y le dijimos que éramos periodistas de Argentina y se quedó mirándonos. No sabemos si en ese instante le vino a la mente el topetazo a Higuaín o la definición de Palacio en la final del Mundial de Brasil 2014, pero accedió sin problemas a una foto para inmortalizar el momento. Nobleza obliga, más allá de esos recuerdos desagradables de la Copa del Mundo, considero a Neuer el mejor arquero que vi en mi vida, junto con Ubaldo Matildo Fillol. Con el Pato tenía una foto de recuerdo, tomada en mi adolescencia, pero nunca imaginé que iba a sumarle esta imagen con el alemán. El multicampeón con el Bayern. El campeón del mundo en Brasil 2014. El que fue y es parte de la evolución del puesto de arquero. El de la motito Vespa.

El himno de la Champions

“The Chaaaampiooooonss…”. Sábado 28 de mayo de 2016. El italiano Andrea Bocelli entona las estrofas del Himno de la Champions (obra del compositor británico Tony Britten) minutos antes de comenzar la gran final entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid en el estadio San Siro de Milán. Enviado por Olé gracias a una invitación de Gazprom, uno de los auspiciantes del certamen, soy privilegiado testigo de un momento único. Al igual que muchos de los 70.000 hinchas (mayoría de españoles de ambos clubes) en las tribunas y de los 980 periodistas acreditados, se me pone la piel de gallina con la imponente voz del tenor italiano. En ese instante caigo en donde estoy: la final de la UEFA Champions League, el evento más importante del fútbol europeo y uno de los más trascendentes del mundo deportivo. Ya en los dos días previos comencé a palpitar la magnitud del acontecimiento. Primero, con el retiro de la credencial para poder asistir al encuentro. Luego, con la cobertura de las conferencias de prensa de Zinedine Zidane y Diego Simeone, los entrenadores de ambos equipos. Después, con el reconocimiento del campo de juego de los dos planteles. En el medio, junto con mi colega Waldemar Iglesias del diario Clarín, observamos el armado y puesta en escena de la Fan Zone en la Piazza del Duomo, centro neurálgico de la ciudad. El día previo al partido nos organizamos logísticamente para asistir al estadio. Para evitar el caos que se originaría en la salida, arreglamos con un taxista para que nos pasara a buscar y nos llevara al hotel (ubicado casi a 45 minutos del estadio) para poder enviar los textos al diario ya que escribir en el palco de periodistas no era una buena opción ante un wifi seguramente colapsado. En síntesis, todo salió perfecto y fue un viaje inolvidable en lo profesional. Como si fuera poco, en lo personal también pude cerrarlo de la mejor manera: en el aeropuerto de Roma, donde hice escala previo al vuelo de regreso a Buenos Aires, me encontré con mi querido primo Rocco, al que sólo había visto una sola vez en mi vida, cuando vino a conocer Argentina en el año 1993. Aquel abrazo que nos dimos y que me trajo miles de recuerdos de mis abuelos maternos y esa linda charla que compartimos sin dudas me hicieron más feliz que a Cristiano Ronaldo convertir el penal decisivo ante el Atlético para poder levantar otra vez la Orejona.

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